LA VENTANA DE LAS OCHO Por: Miguel Oviedo Risueño



LA VENTANA DE LAS OCHO
CAPITULO  I

Hora de llegar a la oficina de un día gris y frío, enormemente frío, cuando el hombre cruzo a grandes pasos la puerta y se acomodó sobre el asiento frente a su escritorio escasamente había un lugar y se abría hacia el entre bosques de papeles y folders, para descansar sus brazos. Frente a su ventana Xiom, -su secretaria- parecía mirarlo. Antes de que el reloj diera su tic-tac de las ocho, Wilson sintió abrir la puerta y tenía frente a él a Xiom. Sin pensarlo dos veces se lanzó hacia ella y la besó en la boca con ardor, con un fuego contenido desde hacía meses, los meses que llevaba viendo cómo era ignorado por la mujer que todas las mañanas hacía de sus días el comienzo interminable de algo que le palpitaba muy adentro de su corazón, y antes de que ella se diera cuenta empezó a ver volar su vestido mostrando sus pechos, escuchando un suspiro de satisfacción, complacido con lo que veía. Xiom tenía los pechos más llenos y grandes que había tenido ocasión de ver en toda su vida y, como un niño, se puso a jugar con ellos. Los tocó, los acarició, los apretó entre las manos y cuando acercó su boca a ellos, supo que ya no podría detenerse. Con lentitud empezó a cubrirlos de besos.

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CAPITULO II

¡La realidad era otra!. Xiom estaba sentada frente a la computadora de su escritorio, mirando distraída al resto del personal de la oficina. Todos estaban concentrados en sus trabajos, seguramente querían terminar a tiempo para poder disfrutar de la fiesta de aniversario esa noche. Isidoro Montero les había dicho a todos los empleados que podían retirarse más temprano. Xiom suspiró, ella no tenía deseos de asistir esa noche. Hacía apenas dos meses que trabajaba para la compañía, el suyo era un trabajo netamente administrativo; se limitaba a pasar los informes de contabilidad que Isidoro tenía que presentarle a su jefe cada semana, y aún no había entablado amistad ni mucho menos una charla con sus compañeras. Se limitaba a sentir su infertilidad en la sombra de su rostro y aunque encerrada bajo llave en las cajas que escondían los recuerdos de su vida, ésta, a veces, conseguía escapar. Entre recibos y facturas conservando las heridas del paso del tiempo y en lugar de guardar los recuerdos en la memoria, los almacenaba y los cubría con una mueca.
Nada le llamaba la atención, sus compañeras se pasaban la mitad del tiempo husmeando en los asuntos de los jefes antes que haciendo el trabajo; lo único que lograba realmente desconcentrarla en su rutina de copiar informes contables era la aparición, al menos una vez al día, a Wilson, Joven ejecutivo de la compañía que cada mañana en punto de las ocho, miraba y miraba por la ventana que daba a su escritorio.
Wilson era un hombre elegante. De casi un metro ochenta de alto, espalda ancha, vientre plano y largas piernas. Contrastaba de una forma graciosa con el menudo pero bien formado cuerpo de Xiom, que nunca hubiera atinado a ponerse de pie frente a él. Ella sólo dejaba de teclear en el computador apenas sentía la mirada de Wilson tras los cristales opacaos de la ventana. Hubiera querido romper el vidrio y correr por una sola vez y rozarle los brazos o acariciarle el rostro siempre afeitado al ras o el cabello oscuro, que gustaba de llevar completamente revuelto.

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CAPITULO III

Xiom volvía al trabajo, pensando que un tipo semejante jamás se fijaría en una muchacha como ella, pequeña y que apenas llegaba al metro con sesenta y cinco. Además, ella no se esforzaba por agradar, no le gustaba maquillarse. Y Wilson nunca le había siquiera dirigido más que una mirada, mucho menos hablarle. Cuando ella se animaba a decirle apenas un “hola”, él se limitaba a arquear las cejas y sonreír, pensando, quizás, no sé qué de Xiom.
Xiom acababa de pasar el último informe de Isidoro y estaba apagando el computador, cuando Wilson se detuvo frente a ella y la miró, con total seriedad. Cuando levantó la vista y se encontró con los ojos negros y fríos que la miraban fijamente, se sobresaltó y no pudo evitar empezar a temblar. Suspiró y se tomó las manos sobre la falda para que él no lo notara.
–Xiom –dijo–. ¿Vienes a la fiesta esta noche?
Ella murmuró algo ininteligible que él no entendió por lo que tuvo que acercarse más. Con el cuello pegado a su rostro, Xiom casi se intoxicó con la fragancia de “Tabaco de Arbar”, pero enseguida logró reponerse y carraspeando y sonriendo apenas, se incorporó y le hizo frente.
–Sí, todos estamos invitados – logró decir.
–Bien –fue la respuesta seca de Wilson–. Te veré esta noche.
Sonrió y le hizo una leve inclinación de cabeza que dejó el aire totalmente viciado por el perfume y a Xiom ebria de deseo por aquél hombre que le parecía irresistible.

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CAPITULO IV

Xiom se había puesto un vestido negro, ceñido a su figura, con dos breteles muy finos sobre los hombros. Apenas le cubría las rodillas y en los pies se había puesto unas sandalias de cuero negro con un taco pequeño que casi ni sentía al caminar. Se recogió el cabello en una coleta un tanto desprolija con algunos mechones cayendo sueltos sobre su rostro, se puso un poco de rubor en las mejillas y apenas le dio color a los labios.
Cuando llegó a la oficina miró a todos lados, un poco frustrada, porque había ido solamente porque Wilson le había dicho aquél “nos vemos esta noche” y no lo encontraba por ningún lado. Se acercó a sus compañeras y, sonriendo, se quedó cerca, para descubrir que estaban hablando del hombre que ella estaba esperando.
Moviendo la cabeza, se alejó del grupo, tomó una copa de vino de una bandeja y ya estaba pensando en irse a su casa, cuando lo vio. Wilson cruzó la puerta vestido de traje y corbata negros, con una camisa muy blanca, tenía el cabello bien peinado hacia atrás y, cuando la vio y se acercó a ella, Xiom pudo notar que empezaba a salirle una leve barba en el rostro, que no le quedaba para nada mal, al contrario, le daba un aspecto todavía más reacio y seductor.
–Wilson… –murmuró ella, con la copa a medio camino hacia su boca–. Buenas noches.
–Buenas noches, Xiom –respondió él, miró a su alrededor y, cuando pasó el mesero con las copas, tomó una descuidadamente y bebió un poco frente a ella. Xiom respiró agitada, de repente las mejillas le ardieron y se sintió como una tonta colegiala sin saber por qué.
Un silencio espantoso los invadió, Wilson la miró y no supo qué decir para romperlo.
–Me alegra que hayas venido –dijo–. Hace tiempo que quería que tuviéramos más tiempo para hablar.
–Tenemos tiempo para hablar…
–No, no en la oficina –señaló él, moviendo la cabeza–. Nunca me dices nada, más que un movimiento de la cabeza para saludarme y vuelves a tu trabajo. Como si yo te cayera mal o algo así.
Xiom abrió la boca, nerviosa, pero las palabras no salieron. Él no le caía mal, no había ningún problema con él, era ella quien estaba fuera de lugar. Era una mujer que se había pasado la vida haciendo lo que creía que era correcto, estudiando, cuidando a sus padres, había ido a la universidad y se había graduado con las más altas calificaciones, pero había descuidado lo más importante que podía haber en la vida de toda mujer: el amor o los hombres, o el sexo, mejor dicho. Nunca había estado con un hombre íntimamente, es decir, nunca había llegado más allá de unos besos y caricias con algún compañero de la universidad, y también era cierto que, al pasarse la mayor parte del tiempo en la biblioteca de la universidad, pocas oportunidades tenía de hablar y conocer a los chicos. Y ahora realmente lamentaba eso, porque realmente le gustaba Wilson y no tenía ni la menor idea acerca de lo que tenía que decir o hacer para que no se marchara, ese día ella eligió y fracasó. Huyó de la soledad y buscó en el amor de una noche cualquiera la compañía de sentirse querida. El amante perfecto, aquel que sin preguntar por qué podría elevarla al olvido, sin embargo ni siquiera dentro de su cuerpo dejo de sentirse sola.
– ¿Qué quieres decir? –logró preguntar, ahora un poco más calmada, se volvió y dejó la copa sobre la barra que estaba a su espalda.

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CAPITULO  V

Wilson respiró profundo, vació la copa de un trago y se pegó al cuerpo de Xiom para poder dejarla detrás de ella, pero cuando lo hizo, no volvió a alejarse. Xiom podía sentirlo sobre su piel, podía sentir la dureza del pecho del hombre y, toda la fuerza del hombre.
Un calor agobiante la invadió pero logró componerse y se aferró a los hombros del hombre que ahora le estaba respirando entrecortadamente en el oído.
–Tú me gustas, Xiom –murmuró–. Me gustas mucho –agregó, ahora pasando la mano por el brazo desnudo de la muchacha en una caricia que la hizo estremecer.
–Wilson –susurró ella, mirando con un poco más de cordura a su alrededor. Todavía podía sentir esa indiscutible pero amorosa pasión escondida que guardaba y eso la hizo ruborizar.
– ¡Venga! –exclamó él, se incorporó y la tomó de la mano para tirar de ella y llevarla en dirección a las oficinas, que ahora estaban vacías y en total oscuridad. Xiom miró alrededor, afortunadamente la mayoría de la gente parecía muy entretenida y no pareció que alguien notara que se escabullía con el enigmático ejecutivo.
Cuando llegaron a la puerta de la oficina de Wilson, él abrió la puerta y tiró de Xiom para hacerla entrar; inmediatamente entró él y cerró a su espalda.
–Wilson… Qué haces… –empezó a preguntar ella, mirando a su alrededor, nunca había entrado en su oficina y ahora estaba todo muy oscuro como para apreciar los detalles, ni siquiera podía verlo con claridad a él; pero no pudo negarse cuando se acercó a ella y le tomó el cuello con las manos para besarla. En un segundo juntó su boca a la de ella. Xiom se incorporó más y lo abrazó por el cuello para acercarlo más y dejar que hiciera lo que estaba queriendo hacer.
Wilson respiraba agitado, no quería detenerse, quería estar completamente en ella, quería tener sus labios junto a su piel y con una mano le tomó la cintura y la pegó a su cuerpo, gimió sin respirar. Realmente no soportaba más. Empezó a besarle el rostro, el cuello, a lamerla, olerla, sentirla por todas partes.
LA VENTANA DE LAS OCHO
 CAPITULO VI

Xiom se separó de él y lo miró un momento. Wilson aprovechó ese momento para mirar a su alrededor, la tomó de la mano y la llevó hasta el sillón que estaba junto a la puerta. Se sentó y tiró de la muchacha para que cayera sobre él, Xiom lo besó, ya totalmente inconsciente acerca de lo que hacía, lo único que sabía era que quería que Wilson hiciera lo que tenía ganas de hacer.
Xiom se escuchó a sí misma, nunca antes había presagiado lo que estaba sintiendo, además, siendo ella tan pudorosa, esta vez no pronosticaba la intromisión de Wilson en su cuerpo. Es más, antes de darse cuenta, acabó por acomodarse el vestido y colocarse a horcajadas sobre Wilson para besarlo en los labios y empezar a jugar con él. Repartió besos desde su cuello, pasando por su pecho y cuando llegó a su cintura, lo miró, traviesa, y con una sonrisa, le abrió el pantalón. –Wilson susurro–
–Hazlo. ¡Mujer! ¡Hazlo de una vez!
Lo había adivinado en su mirada, Xiom estaba tan excitada como él y se moría de ganas lo miró. Respiró profundo, bajó la cabeza, podía sentir la excitación en todo su cuerpo. Ella quería eso más que nada en el mundo y él estaba esperando que le hiciera sentir el placer que por tanto tiempo los dos se habían negado.
Wilson respiraba agitado, le acaricio la espalda se levantó y un abrazo fuerte se fundió, con la mujer por la que tanto había esperado. Imprevistamente, se alejó de ella que lo miró sorprendida y buscó su boca. La besó repetidamente mientras la hacía volverse de espaldas como se lo había imaginado en tantas ocasiones.
Xiom gimió con los brazos en torno al cuello de Wilson. El vestido, ahora enroscado a su cintura le molestaba por lo que, con la mano que tenía libre, el hombre se lo bajó muy despacio y lo sacó por sus piernas para arrojarlo lejos y que sólo quedara la piel entre ellos.

LA VENTANA DE LAS OCHO
CAPITULO FINAL VII


Xiom sintió como Wilson le tocaba su cuerpo, su piel. Empezó por masajear, acariciar y tocar todos los puntos más íntimos, los que nadie hasta ese momento había descubierto. Wilson la complació, se inclinó sobre su vientre, la acomodó en aquél estrecho sofá Xiom se movió debajo de él, completamente agitada, y Wilson no la defraudó hasta escucharla gemir; después se separó de ella y, sonriendo, la acaricio y la sintió sonreír, pero lo atribuyó quizás a la incomodidad del lugar y el momento, quizás estuviera nerviosa, pensó.
Se incorporó sobre ella y buscó sus labios, quería besarla muchas veces, su cuerpo se pegó al de ella. Cuando Xiom levantó las caderas supo que era el momento, la muchacha estaba lista para recibirlo, y él suspiró aliviado, porque ya no podía esperar más.
Se sostuvo por los hombros de Xiom ella estaba realmente rígida y eso lo detuvo, no quería ser brusco, respiró, gritó y Xiom se quedó quieta, no podía moverse, había sentido que alguien irrumpía en su cuerpo con la fuerza de un animal salvaje; sintió un dolor agudo y punzante que la dejó sin aire. Por un momento estuvo a punto de gritar, abrió los ojos y vio la cara de sorpresa de Wilson que no atinaba a moverse.
– ¿Por qué no me lo dijiste? –le preguntó, casi en un susurro.
Ella bajó la cabeza y le besó un hombro, avergonzada.
–No tiene importancia, Wilson –murmuró–. De verdad, hice lo que quería.
–Debiste decirme, habría tenido más cuidado – siguió diciendo él, mientras empezaba a moverse, ahora con la cautela que suponía, necesitaba ella.
Xiom levantó las caderas, realmente le gustaba lo que estaba sintiendo. Se aferró al cuerpo de Wilson. El hombre la miró, sonrió y entendió perfectamente.
El frio de la mañana chocó contra la falda de Xiom. De pie frente a la ventana de la oficina, en el preciso instante que sus ojos se perdían junto al sonido del reloj de las ocho, sobre su rostro sintió un beso que rodaba hasta sus labios.
FIN

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