EN SENTIDO CONTRARIO
En
sentido contrario
Ayer tardé más tiempo
en estacionar el vehículo, en traer mi cuerpo a la vida, en golpear de golpe y
susto la inmaculada concepción de un cuerpo que se despierta para entender lo
que realmente quiero hacer y de puro sacudón entro entre la pared y el olvido.
Así que decidí
compartir estos escritos que encontré de Natalia Luna: dos poemas “La vida no puede ser una sucesión de
máquinas descompuestas” y “La guerra
que perdimos” y un cuento “Estación
Estocolmo”. Los encontré de casualidad
como vagabundos deambulando en sentido contrario. Corriendo peligro,
caminando en contravía por la Avenida en la Zona Centro de la Ciudad.
Y,
¿qué es en realidad caminar en sentido contrario? Me pregunto, mientras los veo
sin preocupaciones, o demasiado preocupados, ausentes, libres tal vez de la
cotidianidad.
Ir en sentido
contrario, de muchas formas está prohibido y la única razón pudiera ser,
conservar el orden y evitar chocar unos con otros.
Los grandes conflictos
en el mundo incluyen, por supuesto, ese sentido contrario que puede volverse
absurdo porque los seres humanos buscamos inconscientemente el bienestar
propio, casi siempre disfrazado de comunidad sin querer, yendo en sentido
contrario.
He allí lo importante
de estos días, quería llevarme la contraria, podía hacerlo y lo hice: este
hecho lo volví tan mío que ese despertar, así sea tarde, no tenía nada más que
seguir el caminar de los vagabundos. Comenzado proseguir, no mentirme, diciendo, que ya no era lo que quería hacer y
lo hice. Todos, a final de cuentas, estamos siendo una máquina descompuesta y como
vagabundos del mundo, todos tenemos derecho a caminar por media calle, a chocar
de vez en cuando con otros y sean ellos quizá, quienes tengan mejores razones y
nos hagan aprender.
Porque la poesía no es
de quien la escribe, sino de quien la necesita, aquí están los dos poemas y un
cuento de Natalia Luna. (Monterrey, Nuevo León, 27 de abril de 1989).
La
vida no puede ser una sucesión de máquinas descompuestas
La
vida no puede ser una sucesión de máquinas descompuestas
el
frasco de hierba que se acaba
una
caja de plástico con un oso en la portada
no
puede ser lo que pasó hasta ahora y ya
ni
la resignación de no viajar por no molestar al pasajero de al lado
de
no dormir en el camino
de
pegar una y otra vez los huesos rotos.
La
vida no puede ser un cuarto oscuro si no es para revelar fotografías
ni
la luz roja puede ser la de un semáforo no
la
vida no es una carretera con peligro de ser ametrallado
ni
solo tierra ni pura agua.
No
podemos arder sin tregua sin destruir nada
no
es un surco en la vida de alguien más
no
son episodios dispersos no puede reducirse a una sola anécdota.
La
vida no puede ser una sucesión de máquinas descompuestas.
La
guerra que perdimos
Caeremos
por la puerta abierta del vagón que avanza sobre el aire
a
saber lo que sintieron otros cuerpos triturados
cuya
única evidencia es esta lluvia horizontal de carne y sangre acariciándonos la
cara
Entre
el tumulto
el
calor inconfundible de una córnea calienta mis uñas, rayan las pestañas
Tú,
a la distancia, pides tranquilo auxilio porque no por primera vez estás ante el
cañón de una pistola.
La
calle es lo que cuelga debajo de los cables y hay silencio
ya
lo único seguro es la circulación que ocurre cerca del oído.
Espero
que la lumbre, el ardor que hierve la piel de los cadáveres recientes
disuelva
también la guerra que perdimos.
Estación
Estocolmo
Bajé a la estación Estocolmo
pensando en un regalo de cumpleaños que pudiera encontrar antes de la fiesta.
Era ya de noche y, al principio del andén de la dirección Oeste, una fina
barrera de mujeres miraban ansiosas el túnel en espera del tren. Caminaba hacia
ellas cuando escuché el primer tamborazo; ni bien había volteado, el segundo, y
antes del tercero había distinguido al músico, seguido por unos siete hombres
vestidos de negro con rojo, caminar también hacia nosotras. No reaccioné
inmediatamente, sino hasta que vi venir al resto de los hombres, y oí la voz
del músico gritar por su altavoz.
Lo que sigue sucedió
más o menos despacio. Nos hicieron tirarnos al suelo con la cabeza pegada a la
pared de los andenes, de una dirección y de otra. Pensé que, lo que pasara, no
iba a pasarme solo a mí. Tranquilidad. Controlé mi respiración mientras contaba
mentalmente el dinero que llevaba conmigo, repartido en ambas bolsas de mis
jeans oscuros. Mis jeans. Si llegaba a la fiesta, sería con un costado manchado
de polvo. Sin querer estaba viendo ya a un hombre, quien caminaba frente a
nosotras, a los ojos. Al darme cuenta me sorprendió que no me ordenara bajar la
vista. Ninguno llevaba el rostro cubierto.
¡La idea es nuestra y
nos despidieron! Gritó el músico a través del altavoz, hemos sido despreciados
por crear una esfera diferente donde las ideas de todos nosotros reinen.
El
hombre caminó hacia la mujer a mi espalda para arrebatarle tranquilamente su
dinero, en tanto sus compañeros hacían lo mismo con las mujeres frente a mí. En
mi turno no volteé para verlo a la cara: dejé que metiera las manos entre mi
ropa y no opuse resistencia. Cuando avanzó, con una pequeña sensación de
triunfo agradecí que no hubiera revisado el lado que tenía contra el suelo.
Nos hicieron
levantarnos. Nos ordenaron saltar a la vía, a los rehenes de uno y otro lado.
Caímos unos sobre otros, ya sin dolor los últimos. En cuanto escuchamos venir
el tren recibimos también la orden de subir a los andenes. Al hacerlo, en el
forcejeo, una mujer hirió mi brazo con sus uñas. Del tren semivacío bajaron más
hombres de negro y rojo identificándose a sí mismos como Creativos, gritando
consignas sobre el egoísmo de los corporativos, sobre la capitalización de la
genialidad.
Permanecimos sentados
en el suelo hasta que los Creativos comenzaron a dispersarse. Uno de ellos se
acuclilló a mi lado, extendiéndome una caja anaranjada. Esto es de Dimitri,
dice que te conoce. Es para compensarte por lo que pasó hoy. Y más bajo: Cuando
nos hayamos ido, ve al cuarto blanco.
No conocía a ningún
Dimitri, pero supe de inmediato a quién se refería. La mujer a mi lado me miró
con curiosidad y luego a la caja, cuando comencé a abrirla con cuidado. 10
mascadas de diseñador estampadas estaban cuidadosamente dobladas en su
apartado. Una de ellas exhibía un patrón de matrushkas y otra una escena de los
Andes. Cerré la caja y me levanté para abandonar el andén cuanto antes.
El cuarto blanco no es
otra cosa que la habitación de la que disponen los veladores. Redondo, bastante
más iluminado que el resto del espacio, es sencillo de localizar a un costado
de las escaleras eléctricas de las estaciones. Me detuve en la entrada sin
saber qué esperar. Algunos hombres de negro y rojo se secaban el sudor y
hablaban entre sí. Dimitri permanecía de pie en el centro del cuarto, viéndome
tan serio como en el andén. Por un momento pensé en dar la vuelta, pero la
curiosidad fue más fuerte.
Me acerqué. Sin pensar
demasiado levanté ligeramente la caja que llevaba en las manos. Gracias, dije.
Me abrazó con cuidado, pero con fuerza, y alejándose un poco murmuró: Son para
mí. Revisó mis brazos con la vista, encontrando la herida. La tocó suavemente.
Estarás bien.
No llegué a la fiesta.
Es de mañana y las mascadas están extendidas sobre mi sofá. Tienen la forma de
poliedros desdoblados, la textura de la seda, broches de presión en las
orillas. En el fondo de la caja encontré un instructivo. Se trata de pañuelos
transformables japoneses; siguiendo el manual podrían llegar a convertirse en
camisas. En el reverso de la caja hay un mensaje escrito a mano. Estoy
eligiendo la mascada que doblaré y usaré para salir por primera vez con
Dimitri.
Reseña:
Natalia Luna.
Monterrey, Nuevo León, 27 de abril de 1989. Egresada de la Facultad de Artes de
Visuales de la UANL y directora de contenido de la agencia de web marketing
Denumeris Interactive. Es autora del libro de poesía Agorafobia (UANL, 2010).
Su trabajo ha sido publicado en antologías regionales como Verso Norte Bitácora
de Voces (Posdata Ediciones, 2008) y El Sueño y el Sol (Ediciones
Intempestivas, 2011). Obtuvo dos primeros lugares del Certamen de Literatura
Joven de la UANL: el primero en 2007 por el cuento El Ojo y en 2008 en poesía
por Cualquier Ciudad. Su poemario Los Televisores Encendidos de la Noche fue
galardonado con el Premio Nacional de Poesía Jóvenes Escritores Guillermo López
Muñoz en 2013.
Apartes
de esta publicación tomadas de:
http://poesiareferencial.com/especial-de-abril-natalia-luna/
descargado y leído 08 de octubre de 2019
https://revistaliterariamonolito.com/poemas-de-natalia-luna/
descargado y leído 08 de octubre de 2019
Imaguenes tomadas y editadas de la Web libres
Imaguenes tomadas y editadas de la Web libres
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