NARRATIVA LATINOAMERICANA - EL HABLADOR - MARIO VARGAS LLOSA



EL HABLADOR DE  MARIO VARGAS LLOSA
Por: Miguel Oviedo Risueño



El hablador es una novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa[1]. Fue publicada en España el año 1987 por la editorial Seix Barral. Se basa, en dos tipos de narradores. El primero corresponde al propio novelista, y el segundo es un “hablador”, es decir un contador de historias perteneciente a la tribu machiguenga de la amazonia peruana. Estos dos narradores se van intercalando de forma ordenada durante la obra.
El autor, expresa la experiencia de un estudiante de universidad,  desde el mundo de la comunidad a la experiencia personal, otro de los argumentos que expresa el autor, es la poca importancia que se le da a las sociedades indígenas. La cultura indígena que se presenta en este libro, es el de la tribu Machiguenga[2], nos cuenta los mitos cosmogónicos, es decir realiza una narración mítica que pretende dar respuesta al origen del universo y de la propia humanidad, de esta tribu.
La narración empieza en forma de memoria de un pasado no muy reciente. Luego sigue bajo la forma de investigación sobre la figura del hablador machiguenga, que se descubrirá que es Saúl, el amigo de juventud.
Insiste en las repeticiones de los lugares, de los asentamientos de las tribus, mantiene una disposición decididamente lineal de los hechos que constituyen el recorrido de la investigación encaminada a descubrir lo más posible de los habladores indígenas, surge de su constante referencia a personajes antropólogos o misioneros ligados a la selva, a las búsquedas hechas en los archivos o en las bibliotecas y al recurso de la transcripción de cartas privadas, como las del amigo Saúl, o de documentos autóctonos, parece como si se escuchase la narración de un viaje o los recuerdos de un viajero. Recuerdos contados en primera persona, además, en el momento en que la narración sigue relatando lo que sucede después de la separación de los dos amigos, la memoria y el recuerdo se insertan en el camino de la vida del narrador.
En la novela aparecen nombrados varios antropólogos: France Marie Casevitz Renard, Johnson Allen, Gerhard Baer, Camino Díez Canesco, Víctor J. Guevara. Los misioneros que son mencionados son: Padre Joaquín Barriales y Fray Vicente de Cenitagoya. Además, el narrador dice también haber realizado su búsqueda en bibliotecas como “La Castellana”, es decir, la Biblioteca Nacional de Madrid, o en conventos dominicos como el de la calle de Claudio Coello de Madrid.
Entonces, la historia contada no dice la verdad, sino que depende de la reconstrucción de la memoria, de un compromiso necesario y dictado por la ficción. En este proceso, el narrador intenta crear de nuevo la voz de Saúl, recuerda y transcribe los discursos hechos en los tiempos de la universidad, sobre todo los que trataban de las tribus indígenas de Amazonía, y los recrea poniéndolos en boca del amigo.
Este paso hacia un análisis más profundo revela todo el trasfondo racional que caracteriza el discurso, y nos orienta hacia el descubrimiento de una historia oculta que será desvelada solo al final de la novela.

ARGUMENTO
La historia empieza en una galería en Firenze[3], Mario Vargas Llosa estaba viendo unas fotos. Una de ellas, era la de un grupo de personas sentadas observando como a un espíritu, también, la de un niño que había sido mordido. La que más le sorprendió fue la primera que mencioné, con esta imagen empezó a recordar todo lo que vivió cuando era joven. Él estudió Letras en la universidad de San Marcos, con un chico llamado Saúl Zuratas. Saúl tenía algo particular en la cara, toda la parte derecha de su cara estaba cubierta por un enorme lunar, también tenía cabello naranja. El papá de Saúl quería que su hijo sea alguien importante en la vida, por eso lo obligó a estudiar derecho, a pesar de que a él no le gustaba. No obstante, él estudiaba etnología a la misma vez. Cuando Vargas Llosa estaba estudiando se le presentó la oportunidad de viajar a la Amazonía, Rosa Corpancho fue la que le dio esa oportunidad. Empezó a conocer la cultura y las costumbres de la tribu de los machiguengas. Había dos señores, los Schneil, que ayudaban a que los machiguengas aprendan a leer y a escribir, estas  personas que querían  mejorar la forma de vida de los machiguengas, quitándoles las costumbres, “mascarita”, apodo de Saúl, se enteró lo que iban hacer las personas, se dirigió a la selva. Vargas Llosa estaba feliz de que su amigo esté con él,  ellos compartían diferentes opiniones sobre si los machiguengas debían seguir con sus costumbres o cambiarlas.
Mientras leemos los comportamientos que tienen la tribu machiguenga, se presenta una clara lucha entre el Dios Tasurinchi, creador del mundo, y las divinidades malignas representadas por Kientibakori. Para ello, Vargas Llosa recurre a viejas historias, leyendas y ceremonias mágicas que tienen lugar en lo más profundo de la selva, en lugares que permanecen puros y todavía no han sido destruidos por la civilización.
Después de varios años, Vargas Llosa empezó a trabajar en la televisión peruana, el programa se llamaba “La Torre de Babel”, duró seis meses trabajando. Una de las cosas que siempre pasaban mientras trabajaban era que el camarógrafo Alejandro Pérez siempre tenía el lente de la cámara medio sucio.
Regresando a la Amazonía, los misioneros ya estaban a punto de terminar con su misión en la selva. Vargas Llosa seguía obsesionado con lo de El Hablador, hasta que el señor Edwin Schneil le contó sobre una experiencia que tuvo cuando vio al hablador. Vargas Llosa le pregunta sobre cómo era físicamente el hablador, Edwin decía que el hablador tenía un gran lunar en la parte derecha de su cara y que también tenía el cabello color naranja, finalmente, se da cuenta por qué Mascarita siempre defendía a la tribu de los machiguengas  y era que él pertenecía a ella.
El autor a menudo repite su primera intención, que sería la de escribir una novela sobre los habladores machiguengas, y para hacerlo necesita informarse, saber y descubrir cuanto más sea posible sobre sus existencias y sobre sus papeles dentro de la comunidad indígena. Esta investigación es el marco en que la novela se desarrolla, y en el que se llega a la solución final del enigma sobre la identidad del amigo hebreo convertido en hablador, así se cierra la incesante búsqueda de lo que, en realidad, era algo decididamente cercano y familiar. Además, me parece importante registrar el empleo de los diminutivos. Toda la novela está llena del ito tendencia al diminutivo, presente sobre todo en nuestra región andina como característica del lenguaje hablado, evidenciando  el recurso a la recreación de la voz oral en los  capítulos impares, dedicados a los cuentos del narrador indígena.
DESARROLLO

El escritor, novelista y ensayista peruano Mario Vargas Llosa, autor de la novela El hablador, presenta en su obra diferentes formas de innovación en las posibilidades narrativas alternando dos narraciones que relatan una única historia.
Las dos narraciones están comprendidas en ocho capítulos en donde él se identifica como el primer narrador. El segundo es un amigo muy cercano del autor: Saúl Zuratas. Vargas Llosa como narrador principal es quien da paso en la obra al segundo narrador evocándolo continuamente y, a la vez, envolviendo todos sus relatos; en contraste con lo anterior, Mascarita cuenta sus historias independientemente de la narración del autor.
La historia comienza y termina con una fotografía de “un hablador” rodeado de indios machiguengas. El autor decide pensar que este hablador es su amigo Mascarita debido a que éste había adquirido una identidad en el pueblo machiguenga. En un comienzo Mascarita estudiaba Derecho por darle gusto a su padre, pero luego se pasa a Etnología puesto que siente una profunda atracción por los machiguenga[4]. De esta manera es que él experimenta una conversión tanto cultural como religiosa, se apropia de la vida machiguenga, de sus costumbres y creencias, vive con ellos, visita a diferentes familias y se establece como un integrante más del pueblo.
Como consecuencia de lo anterior, Mascarita relata diferentes historias relacionadas con la cosmogonía y la mitología machiguenga. Además, se evidencia la presencia de diferentes habitantes del pueblo, todos llamados Tasurinchi[5]y, de otros como los Seripigari[6], Kashiri[7], Kientibakori[8] y los kamagarini[9]. Todas sus vivencias e historias giran en torno a su vida, algunas le suceden a él directamente, otras le son contadas por Tasurinchi. Historias como la del machiguenga que es picado en la punta del pene por un kamagarini, la de las luciérnagas, la del hierbero y la del machiguenga que se convierte en venado, son narradas por él. Me llama la atención la del río en el que es transportado por un caimán, por una garza y por un tasur, y, cuando se clava una espiga de ortiga y es acompañado por una multitud de loros. A causa de esa narración continua de historias por parte de Mascarita es que el mismo pueblo machiguenga le asigna el nombre de “hablador”, para identificarlo como alguien que contaba y conocía perfectamente las historias del pueblo. Además, estas historias contienen lecciones morales, dan consejos, hablan de la sabiduría, muestran la importancia de saber controlar la ira y de aceptar las equivocaciones.
Por otra parte, Vargas Llosa también cuenta que visitó la selva Amazónica en dos oportunidades, pensando siempre en Saúl. Al comienzo el escritor no entiende las razones por las que Saúl defiende férreamente al pueblo machiguenga. Pero después, cuando él también se identifica con el pueblo lo logra entender; siente admiración por ellos, e incluso experimenta un profundo deseo de escribir sobre los habladores machiguengas. Al final, sus averiguaciones sobre estos personajes le llevan a una sorpresa muy agradable relacionada con su amigo Mascarita.
Las dos narraciones contenidas en El hablador logran unidad y concordancia dentro de una misma historia. Ambos relatos describen detalladamente las vivencias de Mascarita y su relación con el pueblo machiguenga, así como el contacto directo que experimenta Vargas Llosa con una parte de la región Amazónica del Perú.
En la otra historia es importancia resaltar el cuento de Tasurinchi - Gregorio, en el que el hablador se transforma en insecto y describe las dificultades de supervivencia que encuentra un animal pequeño, y que sobre todo conciernen a su esfera privada: es decir, cómo sus afectos reaccionan al encontrarlo en aquella condición. Y entramos nuevamente a la oralidad, aquí es evidente  la pérdida de la palabra: el hablador se pregunta enseguida cómo puede pedir ayuda sin poder hablar, siendo para el “el peor tormento”, no se trata  entonces de una metamorfosis física, sino también de un paso hacia un estado que no es humano: el nuevo papel que asume lo hace inadecuado para la vida de una comunidad en la que, en el caso de los machiguengas, la palabra es fundamental para la supervivencia de la misma, la mudez lo convierte en un muerto.
El hablador machiguenga aparece por primera vez en el tercer capítulo, puede fácilmente notarse el contacto directo con los interlocutores, cuando hallamos frases como: “Aquí estamos. Yo en el medio, ustedes rodeándome. Yo hablando, ustedes escuchando”[10], Así pues, en realidad asistimos a una narración en la que no solamente la vista está implicada, también lo está la oralidad. Me parece evidente la intención de querer reconstruir la ambientación y las sensaciones presentes durante los cuentos de la “memoria de los indígenas”, en el momento en que se asiste directamente a una de las reuniones de la comunidad para escuchar al hablador. El hecho de que estas palabras se hallen dentro de uno de los últimos capítulos de la novela nos permite comprender lo que el hablador les explica a sus oyentes, refiriendo un encuentro con Tasurinchi el hierbero, comunicando a quien le está escuchando: “De ustedes le conté, como a ustedes de él”[11]. O bien la interacción entre quién habla y quién escucha, cuando es el hablador que se dirige directamente a su auditorio: “Por más miedo que sentía, me vino la risa. Empecé a reírme. Así como ustedes ahora me reía. Torciéndome y retorciéndome a carcajadas. Igualito que tú, Tasurinchi”[12]. Y también: “Aunque ustedes no lo crean, a mí no me volvieron así los diablillos de Kientibakori. Monstruo nací. Mi madre no me echó al río, me dejó vivir. Eso que, antes, me parecía una crueldad, ahora me parece suerte. Cada vez que voy a visitar a una familia que aún no conozco, se me ocurre que se asustar á, «Éste es monstruo, éste es diablillo», diciendo al verme. Ya se están riendo otra vez. Así se ríen todos cuando les pregunto”[13].
Cuando a Edwin Schneil le preguntan de los encuentros entre los miembros de las comunidades y del hablador, él contesta: “De las cosas que se le venían a la cabeza. De lo que había hecho la víspera y de los cuatro mundos del cosmos machiguenga, de sus viajes, de hierbas mágicas, de las gentes que había conocido y de los dioses, diosecillos y seres fabulosos del panteón de la tribu. De los animales que había visto y de la geografía celeste, un laberinto de ríos cuyos nombres no hay quien recuerde. A Edwin Schneil le costaba trabajo seguir, concentrado, ese torrente de palabras en que se saltaba de una cosecha de yucas a los ejércitos de demonios de Kientibakori, el espíritu del mal, y de allí a los partos, matrimonios y muertes en las familias o las iniquidades del tiempo de la sangría de árboles, como llamaban ellos a la época del caucho”[14]. Lo que hace que se sienta la pertenencia a una comunidad, y que señala el paso de la modalidad del cuento a la del comentario, es la que cierra cada cuento del hablador indígena: “eso es, al menos, lo que yo he sabido”. Esta fórmula parece otorgar al sujeto del discurso, y a quien lo pronuncia, el papel de poseedor de la verdad absoluta y completa; todo enmarcado en la transmisión oral, que cambia y modela la narración en función de la memoria, haciéndola en cada ocasión única y singular, característica de los cuentos indígenas.
Otro aspecto que creo le da la, importancia a esta obra es la comparación del pueblo amazónico con el pueblo judío cuando se refiere a  Don Salomón Zuratas, el pueblo judío siempre minoritario y siempre perseguido por su religión y sus usos distintos a los del resto de la sociedad.  
Dos narraciones que confluyen He subrayado hasta ahora cómo la novela de Mario Vargas Llosa ha sido construida sobre dos narraciones paralelas, llevadas adelante por dos narradores distintos y que pertenecen a dos diferentes identidades del Perú: la indígena y la civilizada. Pero he hablado de la voluntad de reconstruir, por escrito, el lenguaje oral. Ahora está la ficción justo en el poder de inventar una realidad imaginaria, irreal, y de plasmarla de acuerdo con su propio gusto, Es muy significativo, en tal sentido, lo que leemos en las últimas páginas de la novela, cuando el narrador, mientras echa la última mirada a las fotografías de la exhibición florentina, afirma haber tomado la decisión de que el hablador de la fotografía sea su amigo Mascarita. La elección está en la ficción se trata de dos caras de la misma moneda; de querer presentar la totalidad de la realidad peruana, describiendo los dos principales universos que la componen: el indígena y el civilizado y, el concepto de la ficción del autor de la novela, que no hace más que contar una historia: la de una amistad entre dos estudiantes universitarios en el Perú de los años cincuenta. La representación de un microcosmos que se identifica en la esfera privada y afectiva de los dos amigos y protagonistas de la novela, hasta querer presentar un macrocosmos peruano.
CONCLUSIONES

·         El escritor personaje se postula como un aliado del poder político y  cultural   de
Occidente lo que le confiere una mayor autoridad a su discurso, en el que plantea la existencia de los matsigenka[15] como incompatible con el desarrollo y la modernización del Perú. Su amigo Raúl Zuratas, de origen judío, estudiante de etnología en la Universidad de San Marcos en Lima, apodado Mascarita por un inmenso lunar morado que le cubre el lado derecho de la cara, ocupa un lugar de menor poder: nos habla desde el Perú, un país considerado periférico y también desde la selva amazónica peruana. Mascarita se constituye en la novela como el defensor del derecho de los machiguenga a conservar su cultura y su  identidad étnica, rechazando cualquier intervención desde el exterior en la vida de estos indígenas por considerarla altamente nociva y destructiva para ellos. El lugar de enunciación de su discurso y su doble estigma de judío y manchado le restan autoridad a su discurso en defensa de los indígenas. El último personaje de la novela es un hablador o contador de historias machiguenga, quien ocupa el lugar más carente de poder, ya que nos  habla desde la periferia: la montaña o ceja de selva peruana entre los ríos Urubamba y Madre de Dios, donde viven los machiguenga. Este hablador nos ofrece una narración  heterogénea en la que se mezclan mitos de origen y eventos históricos con chismes y novedades de actualidad de la vida de los pequeños grupos de machiguenga que visita en sus largas correrías.
·         El intento de darles voz a los indígenas parece ser  una de  las  mayores  virtudes
de El hablador, en la medida en que avanzamos en el relato descubrimos que el contador de historias es una ficción creada por el escritor-narrador quien ha convertido a su amigo, el estudiante de etnología Mascarita, en machiguenga. No hay tal voz indígena. En la novela  prevalece por completo la voz del escritor narrador que es el personaje revestido de mayor poder, quien debilita o devora todas las demás voces, sometiendo a los defensores de los indígenas y a los indígenas mismos a los intereses políticos y económicos de Occidente.
·         La que se presenta en El hablador es una panorámica de la situación peruana de
 los años cincuenta, con particular atención a la cuestión indígena. El narrador, el “cronista”, el hablador, se confunden con una figura única que reconduce todos los argumentos y los hechos, dando voz a los protagonistas y tratando de disfrazar lo mejor que puede su intervención.


[1] Mario Vargas Llosa. (Arequipa, Perú, 1936) Escritor peruano.
[2] Los machiguenga o matsiguenga son una etnia que habita porciones de la Amazonía peruana al sureste del Perú, entre los departamentos del Cuzco y de Madre de Dios, en las cuencas de los ríos Urubamba, Picha, Camisea, Timpía y Manu. Hablan el idioma machiguenga que forma parte de las lenguas de la familia arahuaca
[3] Florencia (Firenze en italiano) es una ciudad situada al norte de la región central de Italia, capital y ciudad más poblada de la provincia homónima y de la región de Toscana, de la que es su centro histórico, artístico, económico y administrativo.
[4] Pueblo amazónico machiguenga ubicado en la región del Alto Urubamba, Perú
[5] Tasurinchi: carecen de nombres propios
[6] Seripigari : sabios
[7] Kashiri: la luna
[8] Kientibakori: el diablo
[9] Kamagarini: los diablillos
[10] Vargas Llosa, El hablador..., (p. 197)
[11] El hablador cap. III, ( p. 41)
[12] El hablador, cap. V, (p. 26, p. 138)
[13] El hablador, cap. VII, (p. 204).
[14] El hablador, cap. VI, p. (171)
[15] El pueblo matsigenka es uno de los pueblos indígenas cuya lengua pertenece a la familia lingüística arawak. En la lengua indígena, matsigenka significa ‘seres humanos’ o ‘gente’; denominación que se habría generalizado luego de que misioneros dominicos publicaran en 1918 la revista Misiones Dominicas del Perú.

Comentarios

  1. Pregunta: quisiera saber si Mario Vargas Ll. viajó o conoce esa zona, o el escenario que describe en su novela el hablador

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lino: Aunque no es uno de los temas principales en la narrativa de Vargas Llosa, hemos de suponer que el indigenismo ha tenido repercusión en él, ya que además de la obra ensayística, Las ficciones del indigenismo, aparece en varias de sus obras de creación. Lo hace en: La casa verde, La guerra del fin del mundo y de manera más visible en El Hablador y Lituma en los Andes.
      Lo que Vargas Llosa deja claro es que son escenarios, producto de su conocimiento y agregados a la ficción; en todo momento es su oposición a la idea de que progreso y civilización sean compatibles con el mantenimiento de la cultura indígena y su pensamiento mágico-religioso.
      Para él el pensamiento racional elimina el mito, en el sabido paso del mito al logos, y el concepto de progreso y modernización significará la pérdida de las características definitorias de la sociedad indígena, como ya intuía Arguedas.
      En este sentido, arremete Vargas Llosa contra otra ficción muy extendida sobre Sendero Luminoso. En las páginas finales de La utopía arcaica relata la revolución senderista y sus consecuencias y escribe: en contra de la imagen que algunos irredentos aficionados al color local quisieron fabricarle, Sendero Luminoso no fue un movimiento indigenista de reivindicación étnica quechua, antioccidental, expresión contemporánea del viejo mesianismo andino.
      ¿Y cómo iba a serlo, según Vargas Llosa, si el pensamiento mágico indígena es totalmente irreconciliable con las tesis comunistas-maoístas de Sendero?
      Según su pensamiento el terrorismo de los senderistas sólo logró dar un impulso (en este caso totalmente negativo y brutal) a la pérdida de la cultura indígena y a la desintegración de la sociedad andina, ya que provocó un éxodo masivo hacia la costa.
      El hecho de que la viuda de Arguedas, Sybila Arredondo, se convirtiera en una de las dirigentes de la organización terrorista apoya de alguna manera las tesis controvertidas de Vargas Llosa.
      Pero la figura del indio y del mestizo “cholo” ha tenido en su obra un tratamiento más constante, como testimonio de su país, de las desigualdades sociales y los prejuicios raciales aún existentes.
      En este caso nos centraremos únicamente en las dos últimas novelas citadas, que considero que son las más significativas, ya que en ellas el mundo indígena se convierte en el centro de la narración.
      Además, como veremos, muestran diferencias entre ellas que pueden resultar muy interesantes: abordan el indigenismo en dos ámbitos distintos (selva y sierra) y se percibe una evolución en el pensamiento del autor.
      En su producción posterior poco o nada encontramos ya sobre el tema que nos ocupa. A mi modo de ver, después de escribir Las ficciones del indigenismo, Vargas Llosa ha dicho ya todo lo que se proponía sobre este asunto, que no es, por otra parte, el único ni el más importante para él.
      Y es que ciertamente Vargas Llosa no es un “escritor indigenista”, pero con estas obras muestra su interés por el tema y su profundización en el mismo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Algunas novelas de escritores nariñenses publicadas en la década 2009-2019 Por J. Mauricio Chaves-Bustos.

IPIALES MI PUEBLO