CUENTOS PARA NIÑOS
POR:
Miguel Oviedo Risueño
A Martin le sucedió una
noche que no podía dormir, cuando hasta horas muy altas, se quedo mirando televisión,
a escondidillas de sus padres. Era un niño de siete años.
Entonces se acordó que un
amigo le trajo desde el mar un caracol y
le sugirió que se lo colocara en el oído para escuchar el ruido del mar
esto le ayudaría a dormirse.
Pero desde esa noche no
lograba conciliar el sueño si no era escuchando el sonido del mar. Desesperados
sus padres decidieron mudarse a un pueblito de mar y consiguieron en alquiler
una torre sobre unas rocas, que había
sido un antiguo faro y que se podía arreglar como vivienda. Martin estaba
maravillado con aquel lugar.
Cada noche dormía con
la ventana bien abierta. Escuchaba el rumor del mar como si se tratara de música
para sus oídos, dormía como un lirón y despertaba con entusiasmo, paseando por
la playa, jugando y cantando y llegada la noche volvía a escuchar el mar y dormía.
Cierta noche un ruido lo
despertó. Se levantó y salió por la
puerta trasera que daba al jardín. El cielo estaba muy iluminado y él no le
tenía miedo a la noche.
Llevaba un rato
caminando por la playa cuando de repente divisó una figura. Se acercó con cautela y se escondió entre unas rocas. Cuando la
vista se le acostumbró a la oscuridad vio a un hombre viejo sentado en el borde
del puerto sobre los maderos que eran golpeados por las olas. El viejo Entre
las manos sostenía una caña de pescar muy larga que llegaba hasta el mar. De
vez en cuando recogía el hilo de la caña, separaba algo que Martin no podía ver y lo dejaba en una cesta a su lado.
Pasado un rato, el
hombre cogió la cesta con las dos manos y miró fijamente el cielo. A
continuación sacó uno de los objetos que había pescado y lo lanzó hacia arriba
con mucha fuerza y se fue.
Martin se quedo
perplejo y se fue a su casa, esa noche soñó
con el viejo de la cesta y a las siguientes noches a la misma hora Martin
volvía sigilosamente y siempre encontraba al viejo, pero nunca conseguía ver
qué tenía en el cesto y por qué lo tiraba de aquella manera tan extraña. Una
noche en un acto de valentía, se acercó más al pescador y conteniendo la
respiración miró el interior del cesto. ¡Estaba vacío!
Martin creció con el misterio
del viejo pescador y su canasta vacía, hasta que con el tiempo olvido el suceso
convenciéndose que talvez fue solo un sueño.
Ya siendo un hombre se fue a vivir a la ciudad, y cada
noche miraba el cielo y lo encontraba más oscuro, en principio pensó que era
por la neblina y la contaminación de la ciudad, pero una noche no pudo
distinguir ninguna estrella. Soñó entonces con la casa del faro en la playa,
con el puerto y el viejo pescador de la
canasta vacía y decidió volver, para saber si su sueño era verdad.
Cuando llegó ya entrada
la noche corrió al puerto una y otra noche, pero no pudo encontrar al viejo
pescador, busco por el puerto y en un rincón junto a las rocas, encontró un baúl
destruido por el tiempo y por el mar, lo abrió y dentro encontró una carta que decía:
“Las estrellas son muy frágiles
y necesita el cielo de hombres como nosotros, destinados a mantener el orden.
Yo ya estoy viejo, tengo que irme, un nuevo hombre de corazón noble, será quien en las noches nos de la ilusión de una
estrella lejana”.
Martin se sentó en el muelle
exactamente en el sitio que lo hacia el viejo, tomo una caña larga un sedal y un
cordel de nailon, lo lanzo y empezó a pescar estrella, el cielo se volvió más
claro y junto a la luna comenzaron a aparecer brillantes estrellas. Desde esa
noche el cielo tiene su Martin Pescador.
FIN
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