DOS GOMITAS Y UN TANGO

DOS GOMITAS Y UN TANGO
Por: Miguel Oviedo Risueño


Era de un costillar asombroso flaco, tonto y soñador.
Se sentó detrás de la figura de ojos azulados mientras escuchaba tono y tono de las canciones religiosas se imaginaba el retumbar de tambores y grito de animal.

Con su huesuda mano, se acomodo las gomitas blancas conectadas al reproductor de música de tercera generación que ocultaba a la sombra de la figura sentada en frente del sacerdote todo vestido de púrpura y rojo y menos azulado que los ojos de la mujer.


Cada nota y retumbar de su tímpano se escuchaba claramente, aún más alto que el tronar de la prédica del padre Anselmo o el chillar de los asientos en las nalgas gordas de las beatas, junto a su asiento en la iglesia en la que se había despertado este hombre.

Sus manos, secas y torpes tenían un cartucho blanco enredado y danzando de nervios entre los dedos, arriba, un ramo de flores con una cinta violeta cruzada y, un nombre que no alcanzaba a leer, escucho las notas que salían de las gomitas en sus oídos era un tango enredado a la muerte reciente de dos parientes cercanos pero irrelevantes en su vida que no pudieron ganarle otro round por ser tan farsantes como el cantante o como los ojos azulados de la sombra en frente, si, "de la mujer que ya le parecía hermosa.

                                                                                    
Entre el crujir de los asiento y el bum, bum de su música el hombre no encontraba de qué agarrarse para dejar de caer de lado hacia el sepelio de pésames insinceros, de lamentos fingidos y suspiros malinterpretados. 

Realidad personal y golpe de la cabeza contra el asiento, dos putas horas para que se acabe el sermón, la música de sus gomitas y, su sepelio.

FIN

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