RUMICHACA CAMINO DEL TIEMPO

RUMICHACA CAMINO DEL TIEMPO


¿Te acuerdas de cuando dormíamos en la hierba y al despertarnos las vacas estaban pastando a nuestro alrededor y no nos habíamos dado cuenta de que ya estaba allí  la noche? ¿Te acuerdas de que nos lavábamos en el arroyo del camino a Rumichaca? Cortábamos palos de bombón, volvíamos por el camino y los vendíamos en la tienda de la melcochera para con ese dinero comprar papel de colores y hacer cometas en agosto.

Salió el sol y el tiempo tampoco se quedo quieto los espantosos días empezaron a agredirla, intensificados, bravos por dejar tu infancia y al cabo de un rato se levantó, se lavó, se dio un toque de colorete en las mejillas, se tomó un café, espeso como el barro, y se puso ropa nueva. Se había comprado blusas ligeras, faldas ondulantes y pendientes adornadas con plumas multicolores. Iba al  colegio como una señorita, uniformada y formal.
Se reía de todo y coqueteaba con todo el mundo. Con el hombre de la tienda, que remplazo a la melcochera, con el muchacho que le echaba gasolina al bus del colegio y con el empleado de Correos que le llevaba las cartas al papá. Tenía la vaga idea de que Virginia no era consiente de lo linda, atractiva y lo feliz que estaba, de que todos los hombres iban detrás de ella. En cuanto salía de la casa se ponía a actuar, y era el espectador principal, a veces hasta sin verla, otras si bien a distancia. Aunque nunca me había dejado deslumbrar por su aspecto llamativo ni por los coqueteos, jamás había pensado que era eso lo que hacía atractiva a Virginia.

La vi y me pareció una diosa. La hierba había crecido, caminábamos hombro a hombro por la avenida asfaltada. Abrió la boca y escuché el dulce tono de su voz. Se movía, y caminaba casi flotando. Opinaba, y los misterios de vida y existencia se diluían ante su elocuencia.
Ella me dijo -no, no me acuerdo-. Se que en tres años quiero casarme y tener un hijo.
Yo la pregunté a que hora le venía bien que la dejase en su casa.

FIN

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